lunes, 15 de diciembre de 2008

Dulce Limón .

Mi alma yacía abierta ante él, como un bello libro, que primero captura tiernamente el espíritu, luego lo conmueve profundamente, para retenerlo después inseparable, junto a él.
Él sonrió reconocido. Pero no la miró a los ojos. Fueron sorbiendo de a poco, como gozando el idioma del silencio. El agradable y confiado idioma del silencio que se había ido formando entre esos dos cuerpos, esas dos almas. Ese calor especial, tal vez nada más espiritual, literario. Ella pensó:
"¿por qué no me toma? ¿por qué no me habla con la caricia? La mano, primero. No,
nada"
Él siguió mirando el cielo raso, o hacia el vacio, siempre sonriendo, lejano.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario