Él sonrió reconocido. Pero no la miró a los ojos. Fueron sorbiendo de a poco, como gozando el idioma del silencio. El agradable y confiado idioma del silencio que se había ido formando entre esos dos cuerpos, esas dos almas. Ese calor especial, tal vez nada más espiritual, literario. Ella pensó:
"¿por qué no me toma? ¿por qué no me habla con la caricia? La mano, primero. No,Él siguió mirando el cielo raso, o hacia el vacio, siempre sonriendo, lejano.
nada"
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